Nos rodean, nos invitan, nos proponen experiencias, nos regalan los oídos -pocas veces gratis-, nos seducen... ¿nos alienan?
Son las marcas. Esos entes que proponen y disponen las tendencias que nos atraen inexorablemente a su terreno, sumergiéndonos en los derroteros del consumo y de su prostituído concepto de felicidad.
Estamos dominados por logotipos que trascienden de su imagen y se consolidan como parte de nuestra personalidad, otorgándonos un aparente status diferencial frente a los demás; o, por contra, regalándonos la llave que nos permite formar parte de una tribu.
Logotipos que son esa droga legal que nos sitúa socialmente, que nos ayuda a superar la depresión, que nos induce a querer más, siempre más...
El mundo es un compendio de millones de marcas que actúan como virus sobre nuestra actitud frente a la vida. Tanto es así, que vivir sin ellas resulta prácticamente imposible, aunque queramos.
Podemos mostrar nuestra rebeldía y renegar de todo aquello que huela a firma comercial. Podemos erigirnos como adalides de una revolución reaccionaria y hostil, que trae de cambiar ese imperialismo marquista que nos domina...
Podemos intentarlo. Pero no lo conseguiremos.
Porque al instante de lanzarnos a la batalla, alguna marca espabilada se alineará junto a nosotros, transformándonos en bandera de sus valores... Nos fagocitará en un abrir y cerrar de ojos, convirtiéndonos en parte integrante de su logotipo. Descubriremos con gran dolor, que no existe la 'república independiente de nuestra casa'... Porque si elegimos república, es de Ikea, y si optamos por una monaquía, será del Príncipe de Beckelar.
O, puede ser peor todavía, porque con el simple hecho de mostrarnos disconformes con lo establecido, erigimos nuestra propia bandera, nuestro propio himno, nuestra propia constitución que nos avala como marca... Nos transformaremos en aquello que más detestamos, y buscaremos seducir, alinear -que también alienar- a una cohorte de seguidores que nos apoyen y 'se identifiquen con nuestros colores'...
Está claro que, en este viaje, no hay salida alternativa...
Por eso, uno se pregunta: ¿Sería posible un mundo sin marcas?...
Y si fuese viable: ¿Sería un mundo feliz?
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